Tengo 35 años. Nací en Buenos Aires, estudié diseño gráfico en la UBA y trabajé como diseñador más de diez años hasta que me cansé. Siempre supe que me iba a dedicar a algo vinculado al arte. Dibujo. Desde que tengo memoria. En 2011 empecé a pintar y dibujar con un enfoque más puntual y expuse por primera vez. Ese fue el quiebre que me guió.
La pintura, el dibujo y la ilustración me llevaron a diseñar tatuajes para amigos. Después me empezaron a dar ganas de aprender a tatuar, para poder tatuar mis propios diseños. Eso fue lo que me motivó a llevar mis trabajos a un nuevo soporte, a otro lugar donde expresarme.
El tatuaje en mi vida es como ponerme a pintar un cuadro o dibujar en un cuaderno o en un pedazo de madera que levante en la calle. Lo vivo de la misma manera. Lo pienso igual a pesar de que técnicamente tengan diferencias. La elección de agujas es igual que a cuando elijo con qué marcador voy a dibujar.
Cada vez pienso menos. Es un momento totalmente presente donde estoy ahí haciendo lo que amo. No le doy lugar a otra cosa más que a eso. Lo disfruto, me gusta tatuar, me siento como un nene en la juguetería. Además, el vínculo que se genera con la persona en el momento es muy gratificante.
Cada vez son más los artistas plásticos que incorporan al tatuaje. Es bueno que pase, que haya una visión más abierta del tema y no quede todo en lo tradicional. Son formas de expresión. En el arte no hay reglas, ni parámetros, ni limites más que los que uno se ponga.
No sé si elijo lo que tatúo. Dejo en claro que lo hago con mi estilo, mi diseño, mis colores, mis líneas. Les pido que miren lo que hago y si les gusta me junto con la persona y charlo un poco sobre el tema. Ese primer encuentro habla mucho. Es una conexión a nivel personal. Más allá del tatuaje en sí. Si veo que no entra dentro de mis parámetros de diseño o es algo que no me interesa en lo más mínimo no lo hago.
Cada pieza es personal. Me interesa que la persona que tatúo sea la única que lo tenga. Por eso tatúo sólo mis diseños.