Hoffmann, el padre y marido. Estoy casado con Karina Pahissa. Hoy nos peleamos porque los dos somos medio dinamita. Somos yin-yin. Nunca hay un yin-yang. Tenemos un hijo juntos que se llama Amancio, que enamora a todas las chicas de su edad. Tiene siete, una divinura. También tengo una hija de 35 que se llama Joselina, que es chef, y un nieto que se llama Vicente de 2 años.
Hoffmann, el rugbier. Mi madre me incentivó a que me dedicara al arte cuando tuve que dejar el rugby. Tenía un problema en el bazo y el médico me había dicho que si me golpeaban podía quedar ahí. Mi vieja me decía que dibujaba muy bonito pero, claro, en ese momento, con el dolor que tenía, la mandé a la mierda. Ahora con perspectiva, entiendo que la vida se ponía de mi lado y que mi vieja, como todas las madres, tenía una intuición. Sabía por dónde tenía que ir. Quizá hoy me enloquece el rugby pero el mundo del arte es mucho más.
Hoffmann, el artista que fue rugbier. Antes de salir a la cancha poníamos las manos adelante nuestro en ronda y decíamos: “con huevos de oro, a divertirnos y a ganar”. Cuando yo paso esa puerta todos los días, pienso eso. Con palabras más filosóficas pero es eso. ¿Qué otra cosa queda? Tener coraje para decir algo y pasarla bien. La muerte no discrimina. Hay que pasarla bien porque en cualquier momento la dejás de pasar.
Hoffman, el esquizofrénico. Ayer terminé una reunión y vine desesperadamente a mi taller. Desde que pongo la llave en el auto y lo pongo en marcha para venir acá, pongo en marcha el placer. ¿Cómo describiría mi estado mental mientras pinto? ¿Enfermo mental? (se ríe). Como en piloto automático. Vas, venís y volvés. Vas por un color, por un dibujo, consultás, descansás. Te sentás, mirás la obra. A veces hay esquizofrenia porque saltás de un lado a otro.
Hoffmann, el fuerte. La carne es débil. Si viene alguien, alucina y se enamora de la obra hasta podría convencer a mi hijo de que la entreguemos. Cuando estábamos de novios, le regalé una obra a mi mujer. Siempre le pregunto si la entregaría por tanta plata. “No”, me dice. Si pusieran… –“no”– y después la “n” se empieza a estirar (se ríe). Y pasa a un “dejámelo pensar”. Pero no se ha vendido, hemos sido coherentes y está en casa.
Hoffmann, el melancólico. Lo peor que le puede pasar a un artista es haber nacido feliz (se ríe). Yo soy un angustiado, un melancólico.
Hoffmann, el novio. Siempre pienso que me hubiera gustado ser todo: fotógrafo, director de cine, músico… Me encantaría estar horas y horas escribiendo, filmando, dirigiendo una obra de teatro. Algo hago pero después te ponés a pintar de nuevo y decís “si todavía con esto no he dicho lo suficiente, te quedas acá. ¿Para qué te querés meter con otra si a esta novia todavía no le diste lo que necesita?