Un mundo propio: rayado, cuadriculado o liso. Cualquiera fuera su diseño interior, estas no medían más de 9×14 cm ni sumaba más de 192 páginas. Las libretas Moleskine nacieron en París en el siglo XX de la mano de los antiguos libreros, casi sin saber que iban a ser tendencia.
Es sencilla, negra, vestida con una tela impermeable. Al principio se las fabricaba en un pequeño taller que abastecía a las papelerías a las que acudían artistas y escritores de vanguardia. Solo eso se sabe de su origen. Y, a lo largo del tiempo, la Molesquine atesoró la creatividad de ilustres artistas que fueron encontrando en ella una compañía perfecta.
En el Museo de Van Gogh de Ámsterdam, se conservan las libretas que el artista usó para crear muchos de sus bocetos. Usando lápiz o carbonilla, llenó tres anotadores de dibujos dedicados a Betsy Tersteeg, la hija de su marchante de arte.
Hemingway llevaba a todas partes libretas de este formato en la época en la que vivía en París. Gertrude Stein también lo hacía, y además las regalaba. Oscar Wilde y Guillaume Apollinaire fueron otros que dejaron su marca en ellas.
Hoy, estas libretas ya han aparecido en numerosas películas y series. Se las considera un objeto de inspiración y la cuna de la trascendencia artística. Es que los genios no necesitan más que hojas en blanco para hacer su magia.